Leía hace no mucho por los interneses la historia de cómo un abuelete llamado Frederick Ward no quiso complicarse mucho la vida con los temas de la herencia.
Las herencias al final son algo injusto.
Obtienes bienes por los que no has peleado, luchado ni te has dejado las lágrimas, el sueño, la espalda y la sangre a lo largo de tu vida.
Luego llegas tú y en 2 días vendes el piso por el que a lo mejor tus abuelos se mataron a trabajar.
Sí, ya sé que hay que desvincularse emocionalmente del producto.
Pero soy de pensar que dejamos huellas impresas en las cosas. En objetos. En lugares. Y que eso puede desbloquear recuerdos ocultos.
¿Acaso no se te saltaron las lágrimas o se te pusieron los vellos de punta en la escena de Amelie (2001) en la que Dominique Bretodeau «encuentra» la cajita con su pequeña colección de juguetes de la infancia 40 años después?
Ahora imagina que recibes esa cajita de un ser querido.
¿La tirarías? ¿La quemarías? ¿La venderías?
No sé, llámame nostálgico.
Total, que lo que hizo Sir Frederick Ward, el abuelo del que hablaba antes, fue dejarle la herencia a la nieta que más veces le visitó.
Juas.
Llevaba un contador el abuelo. Vaya crack.
Y oye, no me parece mal.
Para que luego se diga que lo de visitar muchas veces el «inbox» de los correos de tu gente no sirve para nada, je.
Además, en esa noticia alguien dejaba otra anécdota sobre herencias que es incluso mejor que la del abuelo.
Contaba la historia de su padre, que cuando falleció no tenía un duro, ni apenas bienes.
Y que lo único que pudo dejarle de herencia a sus hijos fueron 2.000 libros y una cajita con cenizas.
Solo que, con el tiempo, los hijos al ir leyendo los libros, se dieron cuenta de que su padre había estado escribiendo a mano una frase en todos y cada uno de los 2.000 libros que se había leído a lo largo de toda su vida.
Esa frase era el mayor aprendizaje o consejo que había extraído del libro.
Así que ese señor sin un duro había encontrado la manera de perpetuarse durante, al menos, todos los años que el último de esos 2.000 libros (ahora ejemplares únicos de los que no existían más copias en el mundo) aguantase encuadernado de una pieza en la estantería de alguien.
Y además dejar cierto valor a su descendencia.
Una gran forma de sacarle rentabilidad a escribir una sola frase por libro, la verdad.
Y es que eso es lo que tiene escribir. Que te hace, en cierto modo, inmortal.
Además, hay muchas más formas de vencer a la muerte escribiendo publicidad o lo que sea que escribas para tu negocio de infopublicación… mientras que ganas dinero con ello.
Quizá no de una forma tan tocha como siendo Michael Jackson, Steve Jobs, Kurt Cobain o Akira Toriyama…
Pero lo suficiente como para que merezca la pena intentarlo.
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