De «estudiante modelo» a «fracaso escolar»

En el instituto puse el piloto automático y me lo pasé estudiando solo la noche anterior para medio-aprobar los exámenes.

Fue la debacle, ahí perdí todo el interés y—

«Espera espera no tan rápido ahí con tu Remix, bizarraf. ¿Qué estás haciendo? ¿Es que estás intentando ponerme en «modo viaje»? ¿En «modo transformación»? ¿Solo porque me vas a vender una suscripción?» 

Recuerdo muy hiriente, a mala leche, a mala hostia, un discursito de la profesora de matemáticas, que después de ponerme un «Notable» en el primer trimestre (donde no hice ni el huevo pero me salió bien el examen — ¿acaso no es de eso de lo que va?), se arrepintió.

Tenía la costumbre de apoyarse en su mesa y, con un semblante y una voz más seria y deprimente que en un velatorio a las 3 de la mañana, delante de toda la clase, soltar una charlita solemne para encumbrarte o hundirte delante de todos los demás.

(muy pedagógico y motivador, si me preguntas)

«Me he equivocado contigo,» recuerdo que dijo.

Y acto seguido me suspendió o me puso un «Suficiente raspao», tengo borrosa esa parte.

Pues bien, yo también supe ahí que me había equivocado.

Que aprendería más cosas (que a mi me gustasen) pasándome la mañana en un cibercafé.

Así que me pasé prácticamente los últimos 2 años de instituto saliendo con los colegas, con chicas, en la cafetería, en el patio interior (donde se supone que no debes estar porque tienes clase), fuera del centro, o jugando al futbol o al basket.

(Suena muy bien, pero en realidad fue una época de gran frustración, culpabilidad, incertidumbre, sueños y corazones rotos…)

A veces ocurren cosas inevitables y el mayor valor que puedes extraer de estas experiencias es darte cuenta lo antes posible de que te has equivocado.

En el peor de los casos te va a quedar una historia interesante que contar en el futuro.

Y eso es valioso para vender.

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