El otro día estuve en una tienda en unas circunstancias un tanto… «especiales».
Y asistí a un extraño suceso que siempre es bonito de ver.
Antes tengo que aclarar:
Era una tienda que vendía productos de primera necesidad, pero que a su vez tienen un ticket medio bastante elevado —varios cientos de euros.
(Tomando como referencia el SMI en este país).
Y además en un sector acomodado, donde aparentemente todos venden lo mismo.
Bueno, pues lo bonito de ver fue que…
… Llegó una pareja a la tienda para considerar el producto, pero con la intención de comparar después con los productos de la competencia.
(Era la primera tienda que visitaban de todo el sector)
Y acabaron:
- Comprándolo directamente allí y cancelando su búsqueda.
- Contándole al encargado que lo habían comprado, principalmente, porque la vendedora les había atendido tan bien que no tenía sentido seguir visitando otras tiendas.
¿Acaso no es béllio?
Ok, no es el final de Titanic, pero es una de las cosas más guays que le pueden pasar a tu ego como vendedor.
Supongo que es difícil de creer, porque la tendencia actual en marketing directo se parece más a un entrenamiento diseñado por Tyler Durden de El Club de la Lucha que a una experiencia agradable de compra.
Pero esas cosas existen.
Y la gente sigue comprando por esas razones.
Ojo, esto te lo digo incluso tirándome piedras sobre mi propio tejado, porque estamos en respuestadirecta .com después de todo.
Y la respuesta directa es la «ciencia» que hay detrás del camino más corto para vender. Camino que, ciertamente, muchas veces no pasa por esas… ñoñeces.
Sin embargo, llámame romántico, pero hay veces en las uno sí que quiere comprar (y que le vendan) así.
Otro caso donde noté que ocurre esto es en el negocio probablemente más acomodado de todo este país:
El de la venta de PAN.
PAN.
La barra de pan.
Para el que todavía compre a veces.
Y no solo en el mercadona o en el carrefour.
En una panadería de barrio.
¿Hay algo más acomodado y mundano que eso?
Lo cuento en la historia de un producto que ya no vendo.
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